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Un Pacto Mundial sobre Migración a la carta: ¿qué ocurrirá al ponerlo en marcha?

MARGARET KOUDELKOVA  |  15 DE MARZO 2019  |  TRADUCIDO DEL INGLÉS
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La profecía política es siempre un tarea arriesgada y predecir el impacto del Pacto Mundial sobre Migración no es una excepción. No basta solo con juzgar cuáles de los 23 objetivos se harán realidad, si es que alguno lo hace, y cuáles abandonarán la escena mundial sin dejar rastro. Para emitir un dictamen completo, hay que dirimir de qué trata en realidad el Pacto. Este artículo examina tres interpretaciones extendidas del Pacto Mundial sobre Migración, antes de esbozar qué va a determinar su futuro.

 

En términos generales, hay tres puntos de vista dominantes en los análisis del Pacto. Entienden el documento es 1) descafeinado y un desperdicio de papel; 2) un instrumento subversivo que arruinará las políticas migratorias de sus signatarios; o 3) un gran logro que hace avanzar la conversación global sobre migraciones en la buena dirección.

 

Aquellos que mantienen la primera postura subrayan que actores globales fundamentales no apoyan el Pacto. Desestiman los 23 objetivos y 187 acciones como una quimera y consideran que el Pacto nace muerto, otro documento más que ignorarán los Estados miembros de las Naciones Unidas. En resumen, creen que la cuestión de su impacto es irrelevante porque el propio Pacto carece de relevancia.

 

La segunda opinión ve el Pacto como un enemigo para los Estados nación y su soberanía. El primer ministro australiano sostuvo que el Pacto socavaría las políticas migratorias australianas al revertir “costosas victorias en la lucha contra el negocio del tráfico de personas”. Invadiría el privilegio de los Estados de decidir quién puede cruzar sus fronteras y haría más difícil la protección de éstas. El primer ministro checo declaró que el Pacto era poco claro y quedaba abierto a tergiversaciones peligrosas. Según esta interpretación, el Pacto se traducirá en una erosión de la soberanía de sus firmantes, una pérdida de control y cambios adversos y no deseados en sus políticas migratorias.

 

Los defensores del tercer punto de vista entienden el Pacto como un logro notable que al fin establece un consenso global sobre la gobernanza de las migraciones internacionales. Defienden que proporciona una base excelente para que los Estados trabajen juntos, porque presenta con claridad expectativas y obligaciones. Esperan que gracias al Pacto Mundial sobre Migración, los Estados interesados encuentren más fácilmente apoyo para sus iniciativas relativas a la migración y, con suerte, inspiren a otros Estados para que se unan.

 

Estas tres interpretaciones llevan a conclusiones muy diferentes. ¿Cuál será la que se imponga? Es razonable desestimar la segunda por ser, como mínimo, poco realista. Por su propia naturaleza, el Pacto es un acuerdo no vinculante. Los Estados no pueden ser obligados a implementar ninguno de sus objetivos, ni pueden ser obligados a interpretarlo de una manera en particular. No están obligados a cambiar sus políticas migratorias; de hecho, el Pacto reafirma la soberanía de los Estados en materia de migración y reconoce que la implementación variará de un país a otro. Se puede predecir con seguridad que el Pacto no supondrá una amenaza para los Estados nación. No obstante, la pregunta sigue siendo: ¿cambiará algo?

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Para empezar, hay que reconocer que al menos algunos de los objetivos probablemente no se harán nunca realidad. Seguramente no se lleguen a eliminar jamás todas las formas de discriminación, y las sociedades no serán nunca completamente inclusivas ni estarán perfectamente cohesionadas. Otros objetivos, como acabar con la trata de personas, son parte de distintos acuerdos internacionales y no aportan nada nuevo. No obstante, esto no significa que el Pacto sea un sinsentido o un fracaso.

 

El Pacto proporciona un conjunto de orientaciones y precisa las direcciones que los Estados acordaron seguir en el gobierno de las migraciones internacionales. De forma más tangible, establece una plataforma en las Naciones Unidas a través de la cual los Estados pueden recibir información y apoyo financiero para sus proyectos, intercambiar conocimientos y acceder a datos relevantes. Si bien no fija ningún plazo para cumplir los objetivos, establece un mecanismo de examen, el Foro de Examen de la Migración Internacional, que se reunirá cada cuatro años a partir de 2022 para facilitar el diálogo y revisar la implementación. Esto debería asegurar que los Estados continúan cooperando en materia de migración y mantienen el diálogo entre sí en un espacio neutro.

 

En definitiva, el destino del Pacto depende de los Estados, como el propio texto reconoce. Queda por ver si lo verán como una herramienta útil de la que hacer uso, si lo ignorarán, o si lo rechazarán por considerarlo una amenaza a su soberanía. Esencialmente, el Pacto Mundial sobre Migración ofrecen un menú a la carta en el que los Estados pueden elegir objetivos y luego decidir cómo los quieren poner en práctica. En el peor de los casos, los Estados ignorarán el menú y el Pacto se desvanecerá en la insignificancia. En el mejor, el Pacto será un trampolín a partir desde el que se lanzarán muchos más diálogos y acuerdos, llevando a un aumento de la cooperación global y un cambio en las mentalidades hacia una manera más comprehensiva de entender la migración. Eso sería un logro meritorio.

Margaret
Margaret Koudelkova

Margaret creció en una pequeña ciudad de la República Checa. Su etapa universitaria empezó en la Universidad Carolina de Praga, graduándose en Estudios Internacionales y de Área, tras haber realizado una estancia Erasmus de un año en Leeds. Recientemente ha obtenido un Máster en Estudios Migratorios en la Universidad de Oxford. Actualmente está trabajando en una ONG en Somerset. Además de leer sobre (post)secularismo y realizar actividades de voluntariado, dedica su tiempo libre a buscar alguna obra maestra de Tolkien que aún le falte por leer.

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