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El precio de la frontera: Relaciones en la frontera irlandesa en los tiempos del brexit

MAEVE L. MOYNIHAN  |  14 DE FEBRERO 2020  |  ROUTED Nº8  |  TRADUCIDO DEL INGLÉS
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“Aunque parece ser una “frontera invisible” con escasos recordatorios físicos, el impacto emocional de la frontera está lejos de ser invisible”. Cortesía de la autora.

Hay pocos recordatorios que señalen la frontera entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte. A diferencia de otras regiones fronterizas, no existe un muro, ni un control fronterizo, y en muchos lugares ni siquiera un cartel que indique la existencia de una frontera nacional. Gradualmente, la tricolor irlandesa se difumina y aparece la Union Jack. Los carteles empiezan a reflejar millas en lugar de kilómetros, recordando a quienes se desplazan que ha habido un cambio. Aunque parece ser una “frontera invisible” con escasos recordatorios físicos, el impacto emocional de la frontera está lejos de ser invisible.

En la era del brexit, los periodistas han centrado sus relatos en las implicaciones potenciales de una “frontera dura” entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte. Los reportajes se concentran en el comercio, la seguridad y la política diplomática, y las familias y las relaciones humanas quedan sin ser vistas ni oídas. Los medios de comunicación han prestado aún menos atención a los migrantes y solicitantes de asilo en la zona, para quienes una frontera dura crearía otra barrera más en su trayectoria. La historia de la frontera y su lugar en un Reino Unido post-brexit parece haberse convertido en una historia con pocos personajes humanos. Este texto busca hacer a estos personajes visibles dentro de la historia del movimiento en la zona.

La división entre Irlanda e Irlanda del Norte está arraigada en un conflicto religioso y político de larga data entre los católicos republicanos y los unionistas protestantes. Desde 1921, la mayor parte de los países han reconocido a la República de Irlanda e Irlanda del Norte como dos países separados, dos entidades políticas con distintos pasaportes, y dos regiones independientes con órganos de gobierno separados. Como en muchas otras regiones fronterizas, sin embargo, las relaciones humanas se han desentendido de dónde quedaba dibujada la metafórica “línea en la arena”. Las familias de la zona han sufrido y triunfado bajo la sombra de la frontera durante siglos. No obstante, el reférendum sobre el brexit en 2016 amenazó con poner fin a estabilidad que las comunidades fronterizas habían construido.

Las comunidades en los condados de la frontera, como Cavan y Fermanagh, experimentan la frontera como un fenómeno diario. Sencillamente, la frontera atraviesa campos, ríos y carreteras, como muchas otras fronteras impuestas por la colonización. De forma menos evidente, la frontera atraviesa también ciudades, comunidades, e incluso hogares familiares. La construcción de algunas casas familiares es anterior a la partición, con lo que la frontera de hoy en día divide la casa en dos, de manera invisible. Algunos miembros de estas comunidades han organizado una oposición fuerte al brexit, creando campañas como Border Communities Against Brexit e instalando controles fronterizos falsos que permitiesen imaginar una frontera sin libertad de circulación. Aunque la fecha oficial del brexit fue el 31 de enero de 2020, quienes cruzan la frontera aún tienen el privilegio de la libertad de circulación, un principio clave de la Unión Europea. Sin embargo, a lo largo de las negociaciones de este año, esta libertad podría verse restringida, poniendo en peligro el tejido social y la conectividad de una región con una historia conflictiva.

Esta región fronteriza, y la isla de Irlanda en general, cuentan una historia compleja sobre el desplazamiento de personas. El dominio británico de Irlanda comenzó en el siglo XII y acabó oficialmente con la Ley de la República de Irlanda de 1949. Según la tradición histórica, de todas formas, Irlanda del Norte continuó siendo parte del Reino Unido. A finales de los años 1960, la división desencadenó la violencia en la zona, dando pie a 29 años de conflicto violento y a la muerte de más de 3500 personas. Durante este período, conocido como “the Troubles” en inglés, la presencia excesivamente visible de la frontera se erigía prominente sobre la población. Las torres de vigilancia y los controles fronterizos militarizados dominaban el paisaje. Mientras, las familias perdieron a sus hijos, las escuelas perdieron a sus alumnos, y las comunidades perdieron a sus líderes. Dadas las circunstancias de tales muertes, los cuerpos de los asesinados durante el conflicto norirlandés con frecuencia permanecían desaparecidos, dejando a las familias en un purgatorio emocional perpetuo. A la luz de esta historia violenta, el brexit tiene un precio muy alto para muchos en la frontera.

Oficialmente, el conflicto norirlandés finalizó cuando ambas partes firmaron Acuerdo de Viernes Santo en 1998. Ambas naciones acordaron que el voto de la mayoría decidiría la pertenencia de Irlanda del Norte al Reino Unido. A pesar de este proceso de paz, los sentimientos en la región siguen siendo complejos. El asesinato de la periodista Lyra McKee durante unos disturbios en la ciudad fronteriza de Derry en 2019 ilustran lo frágil que es la paz en la región. Mientras la retirada del Reino Unido de la Unión Europea toma forma durante el próximo año, una frontera dura amenaza con volver a hacer visible de nuevo una violencia apenas oculta.

Desde el referéndum de 2016, Irlanda del Norte ha sido un obstáculo grave en las negociaciones del brexit. Una encuesta de 2019 apuntó a que muchos residentes de Irlanda del Norte estarían ahora a favor de la reunificación con la República, en vista de las consecuencias logísticas asociadas al brexit. Para muchos de los que no vivieron el conflicto norirlandés, la división histórica entre unionistas y republicanos es cada vez más irrelevante, haciendo que una Irlanda unida sea hoy más plausible. Muchos jóvenes están más preocupados por conseguir una educación, encontrar un empleo estable, y tener unas buenas condiciones de vida. Como escribió Lyra McKee cinco años antes de su muerte, “No quiero una Irlanda Unida o una Unión más fuerte (con el Reino Unido). Solo quiero una vida mejor”.

Para otros, sin embargo, la herencia de la ira, las dificultades y la frustración aún está ahí. Estos sentimientos suelen ser expresados por los unionistas el Doce de julio y por los republicanos alrededor de Semana Santa. El Nuevo I.R.A., una versión moderna del Ejército Republicano Irlandés, han prometido hace poco una “demostración de fortaleza” en las conmemoraciones del Alzamiento de Pascua de 2020 en Derry. Este mismo grupo asesinó a McKee hace solo un año en la misma ciudad, en la misma época.

Para las familias en las zonas fronterizas en Irlanda y en el Norte, el brexit no es solo una amenaza al comercio, a la diplomacia y a los privilegios de la Unión Europea. Un cambio tan dramático en la vida de esta región podría poner en peligro la paz que estas familias han trabajado tan duro por promover. Por lo general, esta amenaza suele ser ignorada, y el coste emocional del brexit permanece invisible.

Maeve L. Moynihan

Maeve es escritora, investigadora y activista del cambio social. Le interesa estudiar cómo la migración puede fortalecer y transformar una comunidad. Graduada del máster en Estudios Migratorios por la Universidad de Oxford en 2019, ahora trabaja en el Centro de Investigación Interdisciplinar para el Desarrollo Internacional de Warwick (WICID) y como miembro del equipo de investigación Europe’s Stories en St. Antony’s College, Oxford. Puedes seguir a Maeve en Twitter @maevemoyn.

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